Un veneno para dos, un bridis sin compasión.
Son pintorescos como sacados
del un circo de la Reina Victoria. Además, cargan un ademán que es imposible
soslayar; las ganas de todo con la intención de nada. Su mirada siempre refleja
inquietud, como aquel leopardo que examina tétricamente a su carnada para luego
intrincar en ella su sucio y despreciado pero muy temido colmillo. Sólo las
comparaciones podrían devorar filosóficamente su pensamiento que anda cargado
de un discurso de minoría francesa, lleno sobre todo, de una presunta inocencia
y una noción de completo desconocimiento de la vaina que lleva su punzante
acción. Quién le ha de culpar si su función es parca y bien armada bajo el humo
de cigarrillo que exhala su nariz, su boca e inclusive sus ojos, manchados por
la cortina de hollín y ceniza que sobre su ser se teje.
Maneja un albur en su
discurso, de un sí pero un no simultáneo. De manejar aquel “wit” traído desde
la Inglaterra para constantemente sopesar su torpeza en el accionar con una
calma resultante y traicionera de la cual nadie debe fiarse. Os acosará como
cualquier individuo que debe evitar una pena y cuya solución reside en vuestras
manos y mentes. Sin siquiera tener la más mínima vergüenza, lo valdrá como una
acción que despeja las intenciones de una guerra tímida y jamás se tomará por
contrato ni por valor. Esta vida es así de inclusiva, con tonos parcos y
arañados y con dulces y agrios toques que le dan tibio dolor y sangre a la
absorción despiadada de sus actos.
En cenizas quedan siempre
los concordatos que mutua y falazmente alguna vez se celebraron con la fe que
acreditaba saber un nuevo desarrollo completamente desconocido. Jamás habría de
recomendar algún tipo de padecimiento que terminaría en una completa y sincera
decepción, la más reconfortante de las libertades que despierta al ser de aquel
mentiroso y virulento viaje por un mundo idealista totalmente aberrante, pero que
firmo sobre papel sellado al compromiso que indica siempre poner los pies en la
misma tierra y medir hasta qué punto la mente debe funcionar a favor y en
contra de otros.
Y no habría de ser tan ruin
y destruir la habilidad de muchos de jugar con el presente de otros, de
manipular, como lo haría yo, su presente para lograr su cometido. Sin embargo,
de eso no se trata la historia de ayudar para ser ayudado, de amar para ser
amado y otras muchas patrañas que la sociedad idealista nos ha vendido, o por
lo menos, a mí sí. Jamás he creído que otras personas deban ayudarme de la
forma en la que lo hago y tampoco resido a confiarme en que harán cosas tales
por mí a sabiendas que nunca habría de comentar el costo de cualquier acción.
Por eso mismo, nadie conoce el pensar de ninguno y no debe suponer que cualquiera
vaya a accionar en su favor bajo el necio pretexto de conocer la mente de un sucesivo.
“Digo basta, es mejor, que
mendigar en las esquinas por un _____ (rellene el espacio)”, pues eso habríamos
de terminar haciendo muchos, que confiamos en que lo mal comienza, algún día ha
de terminar o simplemente ha de cambiar. Finalmente, para complementar esta
excelente biografía de mi estima a otro ser “humano”, exploro celosamente sobre
el significado del sacrificio en otros seres bienhechores, no aptos de cometer
una pérdida por intereses ajenos y poco cualificados para engranar un plan con
tendencias futuristas (y no trato de ahondar en ficción) pero que recaen en una
desgarradora armonía, que en términos nuevos, daría una nueva decepción.
Una salida de casillas quizás
sea la justificación correcta a este ajedrez pésimamente jugado por quienes se
invistieron de escritores, creyeron ser Fedor Dostoievski y terminaron por
parir una carta política de amistades circunstanciales. Es más, la amistad es
una representación básica de la democracia. Lo menos feo y aterrador a lo que
el humano logró llegar. Mentirse a sí y plantear que el desinterés existe, que las
condiciones nunca influirán y que los sentimientos se mantienen en un impúdico “stand
by” para dejar fluir una buena relación. ¡Qué discurso más etéreo se ha dejado
inculcar la humanidad y sus humanidades! Supondría yo, que esos híbridos
amorosos conocidos por el vulgo como amistad, habrán de subsistir por la
constancia y la impaciencia que por la complacencia y la pasividad. Quizás, no
serán leopardos dolidos y pintorescos que bajo una cortina de humo hubieron
sofocado su propia miseria; partiendo del punto mismo que la miseria se
comparte con más ganas que la felicidad, por el hecho de que la arrogancia
humana quiere invitar a su sufrimiento, sino por el mismo valor a enfrentarse
tales con su conciencia y sus competencias. Ahora quedo hirsuto de saber que
hice lo mismo con personas dejándoles saber que podrían contar conmigo cuando
no estaba dispuesto a explorar en su miseria, en su soberbia y en su palidez.
¡Bipolares todos!
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