No quiero enaltecer la brutal terquedad que éstas se mandan. Es el único recurso que nos da certeza de pensar que hacemos algo medianamente cuerdo, aunque muchas veces ni eso.
La más reciente edición del Diccionario de la Lengua Española hecho por la Real Academia Española de la Lengua define a este vocablo como:
-Segmento del discurso unificado habitualmente por el acento, el significado y pausas potenciales inicial y final.
-Aptitud oratoria.
-Promesa de una cosa.
Parecerán bastante singulares todas las acepciones previamente expuestas, pero todas se llevan en un sistema. En realidad, el diccionario le da a este término once significados y aquí exprimo (a mi conveniencia) las que quiero hablar.
Las palabras, a través de la historia nos han engrandecido sobre el resto de la naturaleza. Sin embargo, no llegamos ni a las pantorrillas en comparación del poder que ésta puede tener a comparación nuestra. Por medio de ellas, el hombre ha edificado tratos, ha dejado escritas sus desgracias para que no se repitan y le ha fallado al mundo miles de veces.
Vejámenes han sido narrados y manifestados con ellas, teniendo muchas veces un poder casi estelar u otras en las cuales se caen por su propia condición. Si alguna vez nos preguntamos por qué el mundo es tan complejo es por la miserable forma en la que hemos desconocido las palabras y hemos hecho uso egoísta de su función.
Quizás las palabras nos conviertan en unos Garrik, contando historias y sin poder prescindir de ellas para poder vivir. Una aptitud para poder lograr cometer algún objetivo. Con las palabras logramos sembrar amor o también odio. Usar el hermoso don de la oratorio buenamente nos convierte en un libro, pero convertir esta cualidad es verborrea convierte al humano en un falso, en un enredador.
Muchos seres se han obsesionado por siempre hablar sin llevar ningún contacto o sentimiento en su contenido. Con su palabra prometen para luego, con la misma tónica deshacer su promesa. También, hablan y hablan y hablan y ni siquiera se dan cuenta de las miles de contradicciones que cometen por sólo querer hablar y llamar la atención. Al parecer las palabras les quitan poco a poco y poder de palabra.
Para un humano resulta fundamental tener bien puestos los pantalones para asumir la titánica responsabilidad que puede surgir del uso de las palabras, sea positiva o negativamente. No se puede ir en cualquier círculo o coloquio, hablando y convenciendo de falsas imágenes. Mostrando una imagen que sólo es imagen, pero que guarda poco de profundidad. El hablar es el canal de las palabras, y de ello depende una verbigracia. Pero, amigo, no deje que el hablar lo siga traicionando. Ya mucho nos damos fácilmente cuenta de sus tropiezos y traiciones de la memoria, así que… defínase.
En la vida resulta ostentosamente difícil, querer decir que se es gris, cuando las únicas posibilidades son el blanco o el negro. No crea que sus palabras tienen más mérito o significado que las de otro ser, es más, bájese de esa nube, pues las palabras son propiedad colectiva. Está en su habla individualizarla y darles un matiz propio.
Palabras hemos escuchado. Al principio, nos reflejan un agradable sí, luego, a la hora de la verdad, salen corriendo por la punta de la lengua para tener que decir la verdad. No hay gente suficientemente fuerte para mantener sus palabras previamente pronunciadas y por eso acuden a la corrección o las miserables excusas para justificar tal descontrol.
Cuando se habla, se debe saber comunicar la idea propia. No incurrir en dudas o falsedades. No hable por hablar, y si lo hace, postúlese a un zoológico como un gran pájaro parlanchín.
Amen a las palabras, siéntalas. Hagan de una nueva palabra su amiga porque con ellas se conquista más terreno que con el cotidiano uso de las mismas que siempre han tenido que ser corregidas por la presión de la verdad y el tiempo.
¿Cuánto pesan y valen sus palabras?
Feliz Vida
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¿Cuánto pesan y valen sus palabras?
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