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martes, 14 de septiembre de 2010

Sólo en la orilla del mar

Por: Julián Bernal
Columnista Invitado.
Como empezó la mar, así empecé yo. Pedazos, escombros, despojos que van por ahí naciendo de las entrañas de todo. Somos, la mar, la luna, viento y espuma uno solo: desesperado cantante de olas al llegar la mañana. Crecí bajo el efímero sueño de la verdad. Y las pieles de las costas me sedujeron, me acosté con la arena, boca abajo, cual cadáver sin funeral, no hondo respiro, no frecuente desgaste, no caliente lluvia. 

Lluvia, todo quietud. Las gotas me tejen su sinuoso vestido de lágrimas. Ahora soy diferente, la sal me cambió.
Me pregunto bajo la lámpara de huecos: qué piensa un caracol deslizándose en las rocas, qué carrera contra el tiempo querrá ganar, qué sonido de sabio seguirá: mata de cascarón, solo, único bombillo indestructible en la mar. Cuál es tu secreto de olas sin igual, en cuál camino de conchas morirás . Sentado, dentro de los bolsillos del mundo, soy un caracol flotante. Qué título trascendente y perseverante, paciente y dotado de furia pasiva. Tal vez me lo merezca, tal vez...
Pero las olas nunca dejan de sentir mi rápido desesperar. Este es el fin de todo, tierra mar o agua. Todo mentira y fruta podrida, excepto tú, la mar. De pronto, una luz llega a mi auxilio. Luz de esperanza y calor de madriguera: es el amor como calefón en noche helada. Y mis pieles pasan por infierno y cielo, estancan aguas en áridos parajes. Qué físico mistorio y qué tácito malestar.
Al final de toda frase inconsolable, dejo el edificio de coral, que es mi equilibrio y hogar. Soy un simple sirviente de la roca seca, ávida de sueños o de blancas nubes . Me arrodillo ante la sapiente estela de suspiros. Sólo somos el mar y yo, sólo naturaleza y piel, sólo en la orilla del mar... 
Dejo mi canto que es nada, grabado en la piel, de la inmensa mar. Y sentado me quedo como el que siempre quise ser, desde el mismo rincón del abismo, esperando a que nada pase, sólo al lado de la mar. 
Miro la lontananza, y es el mismo toque de siempre. De soledad caliente y acogedora. Las gaviotas me avisan tormenta, empero, me quedo quieto aguerdando sueños relampagueantes. Quiero alargar mi huida a la lejanía. Sueño de copas, y de amores de siempre.
Resta, en esta adiós de misterios, susurrar una vez más: sólo en la orilla de la mar.
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